Foto: Divine Void
Desde hacía dos años se venía ganando la vida cantando misas: Matrimonios y Requiems, su voz educada por la academia y un don que pasó por los genes de su madre le dieron la caracterización de ser uno de los mejores cantantes de la ciudad.
Desde hacía esos mismo dos años Mariana se había marchado de su vida, alegaba no ser capaz de tolerar el modo de vivir de un artista; donde había fines de semana que el trabajo y el dinero abundaban y otros donde se pasaban hasta meses sin que Jacobo, como se llamaba nuestro cantante, pegara trabajo. Así que sin nada que reprocharle y con el dolor del amor en el pecho, dejó ir a la que él había pensado, era la mujer de su vida.
Una tarde de martes, una llamada llegó al celular de Jacobo. Era la voz de un hombre, su tono lo hizo sentir joven; quería que el cantante hiciera su oficio en su matrimonio. Para ese tiempo, Jacobo ya era buscado por las altas esferas de la sociedad de Primavera y lo jugoso de la oferta y el lugar donde se iba a realizar la boda lo llevaron a aceptar.
Mariana y Julio eran los que se unían en santo matrimonio y como cada que escuchaba ese nombre femenino en una boda, Jacobo sintió que el corazón se le arrugaba, el estómago se le revolvía y sonreía con ironía. ¡Tanto amarla y tener que oficiar en la misa de matrimonio de ella, sería un golpe durísimo!
Dos meses después de ese contacto por celular, Jacobo recibió de nuevo una llamada de Julio, el novio. Era para informarle que la boda se oficiaría ese fin de semana. Jacobo sintió esa revoltura en el estómago, se acercaba el día y podría ser su Mariana, la del matrimonio ese sábado.
Sábado, tres de la tarde, con su piano, su mejor vestido, ese que se ponía cada que la mujer que se iba a casar se llamaba Mariana, su barba estaba bien arreglada y su voz perfectamente cuidada.
La iglesia era colonial, adornada con flores amarillas como a ella le gustaba. Empezaron las coincidencias. Julio llegó vestido de negro, impecable con su flor amarilla en el pecho. Los familiares del novio fueron llegando, todos impecables, los de la novia aún más, así era la familia de Mariana y hoy se comportaban tal y como Jacobo los recordaba.
La novia llegó a eso de las cuatro de la tarde, blanca como las nubes que tanto miraba Mariana en los prados de la finca donde acostumbraba pasar algunos fines de semana con Jacobo. El cantante sonrió irónicamente. No podía creer lo que estaba viendo: La mujer que más había amado estaba yendo al altar frente a él, pero con otro hombre.
La ceremonia inició. Jacobo sacó lo mejor de su voz, cerraba los ojos para no encontrarse la felicidad de ella. Aunque Mariana no lucía muy feliz, al menos no después de verlo con el piano que tantas veces interpretó para conquistarla.
Todo marchaba bien, el padre estaba a punto de declararlos marido y mujer cuando mencionó algo que ya casi en ningún matrimonio se mencionaba.
“Si alguien se opone a esta unión que hable ahora o calle para siempre”
Jacobo pensó: Yo me opongo, pero no lo dijo. La que sí lo dijo, fue Mariana.
-No puedo explicártelo- le dijo a Julio y salió corriendo delante de las caras de asombro de todos los invitados, incluso de Jacobo, que no lo creía.
Julio lloró, estuvo un rato sentado frente al altar, Jacobo guardó sus instrumentos, se acercó al novio y se despidió.
-Ya te pago- le dijo Julio.
-Tranquilo, ya me pagaste, relájate, no te puedo cobrar, no se pudo concretar tu boda así que por eso no puedo recibirte el dinero- le respondió Jacobo, le estrechó la mano y salió de la iglesia.
Cuando llegó a su casa, algo extraño se sentía en el ambiente. Un olor a Ralph Lauren inundaba la casa. Jacobo lo entendió: Mariana estaba en casa, no había botado la llave que él le había dado, es más había salido corriendo de la iglesia porque solo había alguien con quien siempre había querido casarse y ese era Jacobo.