Contrato

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Estaban tan cansados de las rupturas que decidieron olvidarse del amor y dedicarse a la fugacidad de las relaciones modernas. Habían instalado Tinder y por arte de magia, se habían hecho match, se habían hablado y, finalmente, habían fijado una cita.

Les atrajeron sus sonrisas, parecían inquebrantables. Se habían acercado entre lo físico y cuando sintieron que era justo empezaron a sentir afecto por sus personalidades.

La noche en que se encontraron compartieron la misma mesa, hamburguesas, malteadas de fresa con arequipe y aunque la estadística decía lo contrario, no terminaron deshaciéndose de las ropas y del verano sobre las sábanas de un motel barato.

Organizaron un nuevo encuentro, bajo la luz del día, sin maquillajes y sin deseos.

Ese día fueron a un museo y se aburrieron de ver cuadros viejos pegados en la pared, comieron algodón de azúcar bajo el sol de un parque y se sentaron a ver el día pasar. Se conmovieron con la estatua humana y hasta se dejaron llevar por un hombre que vendía jeans en una bodega más oscura que el alma de los asesinos.

Sabían que podían seguir viéndose, así que agendaron una nueva cita, una nueva aventura donde las sonrisas fueran miles.

Ese día, con mantel a cuadros en una zona verde, ella, tratando de que no volvieran a romperle el corazón y bajo el consentimiento de él, llegó con un contrato escrito, una sonrisa en el rostro y un par de testigos. Firmaron bajo las sombras de una ceiba, se juraron que en año nuevo todo terminaría.

Faltaban diez meses y sabían que al final, como eran inmunes a las rupturas, con un adiós bastaría.

Se besaron en abril luego de miles de risas y tardes en el centro. Se desnudaron en junio, luego de un café con brownies. Cada vez se veían más y más, cada vez se sumergían en laberintos que les sacaran sonrisas. La primera pelea la tuvieron cuando agosto estaba llegando a su fin y con los primeros rayos del sol de un raro septiembre, se reconciliaron.

Con los últimos días de Octubre llegaron los celos y con ellos el tedio. Volvían a ser eso que habían olvidado. Volvían a sentir que dependían de alguien para ser ellos mismos, sentían que el silencio les aburría y que la monotonía de hacerse compañía les invadía los poros. Eso que los había cansado volvía a ser un peso en sus maletas y ni las sonrisas, ni el centro, ni los cafés, ni los brownies, ni siquiera las hamburguesas, les podía sacar de allí.

Desearon con el alma que llegara el año nuevo, para no tener que verse, para pasar de largo en Tinder, para no volver a ser match, ni en la vida real ni en la pantalla del celular. Se acompañaron en las velitas y fueron luz de navidad, se dieron aguinaldos y con ansias de terminar el contrato hicieron la cuenta regresiva para olvidarse de nuevo.

A las doce en punto se besaron, se abrazaron, se dijeron adiós y trataron de salir huyendo de esa vida que habían hecho juntos.

El seis de enero volvieron a escribirse, pese al cansancio, se dieron cuenta de que ya no querían hacer match con nadie más, encontraron que tenían en el otro una razón para seguir adelante y que el cansancio que sentían, en compañía del otro, se diluía.