Foto: Archivo Personal (Fútbol a 4800 metros sobre el nivel del mar)
Al gol lo usan en el profesionalismo como la única manera para definir un ganador. Pero en el barrio, donde el asfalto quema los pies y los partidos duran lo que el cuerpo aguante, el gol es usado de muchas maneras.
Para definir los uniformes, para entregar un jugador sobrante, para escoger lado y para, igual que en el profesionalismo, definir partidos. Eso sí, en el barrio el gol que gana, puede convertir una vapuleante goleada por más de seis goles en una diferencia de sólo un gol cuando el que lo marca es el que se está viendo derrotado.
La calle estaba cerrada, el sol estaba brillante, el cielo despejado, los cuerpos sudorosos. Los sin camisa habían perdido sus ropajes en un gol que definía quién iba a dejar su piel a la inclemencia del clima.
En el fútbol de calle, los arcos son piedras medidas con pasos cortos, cuatro o cinco, para no dar mucha ventaja y para que los arqueros no tengan que volar mucho y así evitar que se raspen con el asfalto.
El partido llevaba dos horas y cuarto disputándose, el cansancio estaba a flor de piel. Como cada domingo, se dejaba en la cancha hasta la última gota de sudor y esta vez, por azares de la vida, todo decía que el empate prevalecería y la caja de cervezas se iba a repartir entre todos los deportistas.
Los pies ya no respondían y alguien gritó la frase que en el barrio puede definir un partido, sin importar cuánto vaya el marcador. Nunca se acaba cuando se está cansado, se acaba cuando alguien marca el último gol después de gritarlo.
¡El último gol gana!
Ahí las piernas despertaron, los pulmones no dolieron, los más asmáticos recuperaron el aliento, las señoras salieron a los balcones, los gritos volvieron a aparecer.
El Loco, a quien en las borracheras le daba por gritar por la cuadra para que ningún vecino durmiera, razón por la que había recibido su apodo; tomó el balón y se fue eliminando rivales del camino ayudándose por el muro que separaba la calle de la acera. Había hecho cinco goles en este partido y quería tomarse todas las cervezas de la apuesta él solo.
Cuando estuvo cerca al arco, pateó.
En ese momento el mundo se detuvo y lo único que se movió fue la pelota con rumbo al arco.
El Mocho, que había perdido dos dedos trabajando en una carpintería, cerró el ángulo con las piernas, el balón pasó por encima de una de las piedras.
Los del equipo del Loco gritaron gol.
Los del equipo del Mocho dijeron que no.
La discusión se fue subiendo, las señoras en el balcón gritaban que había sido gol. El sol siguió quemando las espaldas. La caja de cervezas llegó, el gol no fue reconocido, aunque El Loco afirmaba que él había ganado. Igual, en ocho días, posiblemente, las piedras podrían dictar si el balón pegaba en el palo o en realidad era el final del partido.