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Era el aniversario número diez de un matrimonio que muchos tildaban de perfecto. Se habían conocido a los quince, se habían hecho novios a los dieciseis y se habían casado a los dieciocho, justo cuando habían terminado el colegio y apenas empezaban la universidad.
Mario llegó a su casa con sus veintiocho años bien marcados en una barba tupida que le crecía casi que a diario, descargó el bolso sobre la mesa y sintió algo extraño. En alguna parte de la casa se escuchaba un martilleo, el movimiento era intenso, como si no hubiera un mañana. Empezó a escudriñar en los rincones de su hogar, podría ser una rata.
El oído de Mario había sido educado por la música clásica y sus clases de piano en la infancia, en la cocina no estaba el ruido, la verdad, venía del segundo piso, donde estaban ubicadas las habitaciones; subió despacio.
El martilleo era en realidad el ruido de su cama, la puerta de su habitación estaba entreabierta.
Un gemido interrumpió su curiosidad. Era un gemido producido por el placer de su ausencia. Un gemido conocido, pero que ya había olvidado. Luego vino un gemido masculino. No lo podía creer. Era el día de su aniversario, quería darle una sorpresa a su esposa y se vio sorprendido por la infidelidad de ella. ¿Ya qué debía hacer?.
Bajó las escaleras de la casa, con más rabia que cualquier otra cosa, eso sí, procuró hacer el menor ruido posible, no quería que ella sintiera su presencia en la casa.
Caminó en círculos en la sala, arriba el ruido iba subiendo cada vez más. “Así, así” se escuchaba que gritaba ella. La ira se le iba a subiendo ¿Por qué el día del aniversario? ¿Será que venía así desde hacía ratos y apenas hoy, por haber llegado temprano, se había dado cuenta? ¿Desde cuándo estaría ella en esas? ¿Quién sería el hombre con el que pasaba esas horas de traición?
Fue a la cocina, agarró un cuchillo, tal vez acabar con la vida de ambos sería la solución. Eso sí, quería ver los ojos de ambos mientras les atravesaba el pecho buscándoles el corazón que le habían destruído hacía instantes. Cerró los ojos, recapacitó.
Salió de la cocina. Decidió irse, volver en la noche como si no pasara nada y no mencionar nada, tal vez olvidarse del hecho y seguir haciéndose el ciego. Eso sí, juró que el matrimonio moriría día tras día, no sabía cómo iba a hacer con el amor, pero trataría de matarlo también.
Tomó el bolso que descansaba sobre la mesa, los gemidos se escuchaban muy fuerte aún, miró atrás mientras abría la puerta. Giró su cabeza, las lágrimas le inundaban los ojos, no veía nada, dio tres pasos en la calle, se encontró de frente con su esposa.
Ella se sorprendió al verlo salir llorando de casa. Él se alegró de verla a ella. Ahora la pregunta era. ¿Quiénes estaban en su casa?
Después de contarle todo lo ocurrido a su esposa, ambos volvieron a entrar, subieron a la habitación.
Se encontraron a la hija mayor de la vecina donde dejaban las llaves vistiéndose junto a su novio.
Mario decidió decirle adiós a su casa esa noche, buscaron una casa nueva donde vivir, no quería volver a imaginarse algo como lo que había creído esa tarde que estaba pasando.