La gira europea de ella había terminado. Volvía a Granada después de un mes de estar tocando en diferentes escenarios y ahora lo único que quería hacer era conectarse y encontrarme en el chat, contarme sus aventuras y las historias que traía guardadas en su chelo.
Descendió del avión, encendió su celular y lo primero que buscó fue mi nombre en la lista del chat. No estaba. Su cabeza se agachó, un poco aburrida, fue a esperar en el puente aéreo a que llegara la maleta de ese mundo donde todas se encuentran, se saludan y vuelven a sus dueños.
Ella tomó la maleta por la agarradera, con todas las pegatinas de cada una de las ciudades que había visitado, iniciales que para muchos podría ser la primera vez que se leían, pero que a ella ya se le habían vuelto costumbre. Su chelo, fue el último en llegar; cuando estuvo listo entre sus manos, agarró su maleta gigante y su instrumento y empezó a caminar en dirección a la salida, allí donde esperaba ese mar de carros amarillos, todos como buitres, esperando ser abordado por algún turista incauto o una chica bella como ella, para hacerla recordar el cambio de mundo.
-¿Le puedo colaborar con algo señorita?- le pregunté.
-No, gracias, estoy muy bien- respondió ella.
-Yo la veo muy incómoda- le dije- déjate ayudar.
Ahí me tomé el atrevimiento de agacharme, agarrar el chelo por la manigueta y llevar mi bolso al hombro, ese con el que siempre viajaba y cargar con la otra ese sarcófago gigante.
-¿Cómo se le ocurre?- me dijo ella, pero se tuvo que tragar las palabras apenas me vio a su lado, con la gorra hacia atrás, la chaqueta negra y los zapatos verdes.
Le sonreí.
-¿Qué tal el viaje?- le pregunté.
No atinó a decirme nada, se colgó de mi cuello, me brindó un abrazo profundo y me besó, me sorprendí. Nunca habíamos estado juntos, pero habíamos estado tan cerca que podíamos respirar lo que hoy respirábamos.
-¿A qué has venido?- preguntó ella.
-A nada, a pagar un viaje que debía- Respondí.
-¿Y eso?- Volvió a preguntar.
-Que le debo una tarde de frío caminando por la gran manzana a la mejor chelista de Granada.
-¿Pero no estás muy lejos de casa? ¿Cómo supiste cuándo llegaba? Además, lo del viaje cómo lo vamos a hacer ¿Ya tienes la visa?- se llenó de preguntas.
-Eso no importa hoy, es simple, cásate conmigo, como lo dijiste la otra vez- le dije.
-Pero es la primera vez que vamos a salir juntos, deberíamos conocernos- me dijo.
-Para conocernos tenemos toda la vida, ven. – le respondí.
Le dí un beso y la llevé a la capilla del aeropuerto, allí el sacerdote del terminal aéreo nos esperaba. Su hermana estaba parada a un lado, una persona que encontré en la sala de espera al otro, ambas nos servirían de testigos.
-Pero no me he organizado- dijo.
-Todo lo que tenías que organizar ya lo hice yo- le respondí
Ella sonrió, caminó de mi mano al altar, allí de rodillas, ambos dijimos el sí, el padre dio la bendición y del bolsillo interior de mi chaqueta saqué los tiquetes. Dos, con ida en unas dos horas hacia Nueva York. Donde hoy en día estamos, pero aún no sabemos si regresaremos. El chelo, lo llevó su hermana a la casa y aún tiene muchas historias que sacar de su interior.