Nunca la había visto, pero mientras desandaba los caminos del suroeste y las montañas se iban tragando al sol, él se imaginaba que cada sombra, cada pliegue y cada perfil que se veía de la cordillera, era su rostro. Que aunque no conocía a la perfección, veía en cada rincón.
Apenas llegó a casa le escribió en el silencio de su habitación queriendo encontrar una sonrisa al otro lado de la linea. Tal vez un emoticón vacío y sin la capacidad de reflejar lo que pasaba, le era suficiente. Pero hacerla sonrojar, estremecer y hasta suspirar, era lo que quería para tratar de que esas sombras se convirtieran en un rostro real.
Buscó que cada momento de su noche fuera dedicado a ella, que su sonrisa fuera suya al menos por un minuto. La escribió con letras queriendo leerla en braille, quiso hablarle para hacerla perder en la imaginación. Susurró su nombre tres veces, creyendo que así la iba a poder hacer aparecer, susurró su nombre tres veces, besó el aire frío y sonrió otra vez.
Esculcó con sus dedos todas las letras que tenía, queriendo que sus dedos esculcaran cada rincón de su piel. Le dijo con sinceridad que la soñaba, la sumergió en un trance a letras, y esa noche la hizo su mujer.