Sonó la descompresión de las puertas que abrían el vagón.
Posiblemente era la última vez que me vería, también fue la primera. Por eso quiso que fuera mágico.
Empezó por hablarme y hacerme temblar las piernas, no es común que una mujer me hable, mucho menos una tan bonita. Traía en el rostro la alegría inquebrantable de los fines de semana, los ojos brillantes que sonreían a la par con su boca, el cabello era más negro que la tinta con la que hoy la retrato.
Hizo una pregunta y me desequilibró. Yo respondí asombrado, sólo atiné a preguntarle un cómo, a la vez que ella me iba sacando el audífono derecho del oído.
El clima, siempre el clima era la excusa perfecta para iniciar una conversación. Esta vez no era la excepción. Caían chorros de agua. Le sonreí.
En el estómago todo se revolvía, ella suspiró. Habló de dictaduras y fascismo en los servicios de transporte público de Medellín, de las mafias y yo sonreía. Creo que era la peor manera de iniciar una conversación.
Subimos las escaleras llevados por el tumulto, en esos casos sólo basta con levantar los pies del suelo y apretujarse entre dos cuerpos para levitar hasta la salida. Lo hicimos entre risas.
Cuando llegamos al final del caracol que desembocaba en la amplia plataforma miramos el agua caer. Me despedí.
Me preguntó si no me iba a enfermar, si no me hacía daño mojarme, si traía sombrilla. Luego afirmó que no, que no me gustaban las sombrillas y sonrió.
-Entonces te acompaño- me dijo.
Se puso la chaqueta sobre el pelo y me acompañó a caminar.
En ese trayecto me preguntó por el trabajo, por los días, por la tristeza. Respondí pesimista, como siempre. Se rió.
-Aquí me quedo, un placer- dijo.
Me dio la mano, era pequeña y frágil, reflejaba fortaleza en el apretón, pero la delicadeza se le veía a flor de piel.
-¿Voy a volverte a ver?- me preguntó.
-Aquí siempre me encontrarás- respondí.
Se subió a su bus y yo me fui a hacer una fila larguísima.
Mientras iba abordando el bus pensaba en que debí invitarla a tomar un café, o a conversar mientras caía la lluvia, pero no, mi afán siempre me lleva a desechar las oportunidades para relacionarme con alguien.
Tomé mis audífonos, los volví a poner en mis oídos, repetí Triste de Kase.O y me senté a mirar por la ventana del bus.
Caí en cuenta tarde de que no le pregunté cómo se llamaba, por eso ahora, cada que llego a esa estación, miro los rostros de todas las chicas que caminan a mi lado, en algún momento la volveré a encontrar. Posiblemente la tristeza se haya ido.