Las tardes de Luis transcurrían entre jugar con las palomas del parque y entrar a misa en la iglesia. Su edad, veinticuatro años, sus ojos verdes que muchas veces se le veían colmados de lágrimas, igual nadie le prestaba atención, mucho menos cuando se revolcaba en el suelo y hacía su pataleta. Ya era parte del paisaje del parque principal de Sonsón, un pueblo donde no pasaba nunca nada, muchos de la generación de ahora podrían decir que era un pueblo aburrido.
Las campanas de la iglesia, que invitaban a la misa de ocho de la mañana, también daban inicio a la hora comercial del pueblo, donde solo había cuatro tiendas en el parque principal.
Esa mañana, apenas las campanas marcaron las ocho, Luis interrumpió la rutina de su mañana, sentarse en la cafetería y esperar que le sirvieran un perico y un pan, todo por la llegada de una chica al almacén de ropa, la tienda más grande y popular de aquel parque.
¿Qué fue lo que a Luis distrajo? Digamos que la chica era diferente a todas las mujeres del pueblo, su piel era de un color rosa más llamativo y bien cuidad, su cabello era rubio, sus ojos azules y su figura esbelta, caderas pronunciadas, cintura escultural y pecho voluptuoso, perfecta para cualquier hombre, como Luis, quien buscaba una mujer para lucir a su lado.
Ella llevaba un vestido blanco de flores, pegado al cuerpo, Luis pasó frente a ella, le sonrió y se alejó en dirección al parque.
Así pasó varios días, haciendo lo mismo, cambiando su rutina diaria, era tímido Luis, que cada vez la veía más hermosa, porque todos los días tenía un vestido nuevo, impecable y que resaltaba su figura. Ese día había decidido llevarle serenata en la noche.
Todo dispuesto, había hablado con sus amigos, esos que se sentaban en el parque a cantar las canciones que le gustaban a todo el pueblo, unas de amor, otras de borrachera. Tres hombres, armados por dos guitarras a medio afinar y una voz curtida a punta de aguardientes. Sabía que ella vivía en el almacén pues nunca salía de ahí, es más, nadie sabía ella donde vivía, simplemente la veían cada día arreglada en la puerta y cuando cerraban desaparecía.
Las ocho de la noche, el trío al frente esperando, Luis con su sombrero bien puesto, su sonrisa de oreja a oreja y su verde mirada, que por la alegría y los nervios no habían llorado. Tres bambucos, una guabina y dos pasillos fue lo que interpretó el grupo contratado a cambio de aguardiente, pero ella, nunca salió. Es más, ni las luces al interior del Almacén, ni en el segundo piso, se encendieron. Luis se decepcionó, pero se tranquilizó pensando que estaba muy cansada, dormida, ya que su trabajo era parada todo el día, entonces por eso no fue capaz de levantarse. Igual lo intentaría al otro día, pero en las horas de la tarde, justo antes de que cerraran.
Amaneció, las campanas sonaron, ella salió como si nada, Luis estaba ahí, la miró nuevamente y volvió a sonreírle, caminó hacia el parque y allí esperó a que llegara la tarde, mirándola desde lejos y analizándola, seguía igual de enamorado, el vestido violeta de ella, hizo que suspirara hasta que llegó la hora de volver a intentar conquistarla.
El trío volvió a su encuentro, otra vez estaban dispuestos a cantar las mismas canciones, Luis caminó con ellos hacia el almacén, compró un ramo de flores y se pararon frente a ella. A una distancia considerable, él con su sombrero de paja bien cocido, su camisa a rayas y su pantalón más limpio, escuchaba atento y cantaba junto con el cantante del grupo.
La gente, que recién salía de la misa de cuatro de la tarde y todos los visitantes del almacén y del parque salieron a ver quién era el causante del tan bonito detalle, las mujeres suspiraban, los hombres se enojaban, pero todos coincidían en que era muy buen detalle.
Luis se acercó a ella, la tomó de la mano, se la besó y quiso entregarle las flores, ella no las tomó. Cuando el ramo fue cayendo y tocó el suelo, todo el parque soltó una carcajada. Luis, el bobo del pueblo, se había enamorado del maniquí de la tienda de ropa.
Me acordé de Las Hortensias de Felisberto Hernández. Acabo de enterarme, de chismosa, que escribías. Por acá seguiré pasando. Saludos.
muy bueno, muchas veces nosotros nos enamoramos de gente tan ficticia y superficial que prácticamente parecen un maniquí