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A Tatiana le habían dicho lo necesario sobre el cliente que debía visitar esa noche.
Era alto, flaco, tatuado, de cabello rubio, ojos claros, escritor y poeta, había pagado por toda la noche y la había seleccionado después de ir personalmente y detenerse un rato a mirar y analizar el catálogo.
-Esta es perfecta- había dicho señalándola y sin preocuparse por el precio.
Tatiana se puso la ropa interior más delicada que tenía, era de un color ácido con encajes, encima puso su vestido negro, enterizo que colgaba con un par de tiras que dejaban los hombros al descubierto y el pecho a medio cubrir.
Las piernas se cortaban a la mitad de los muslos y su piel blanca contrastaba perfecto con el negro tan oscuro, como la vida, de su vestido.
Pidió un taxi, esperó en la entrada al edificio donde vivía y apenas el auto amarillo llegó por ella. Lo abordó y le indicó al taxista la dirección a la que se dirigía.
Era en las afueras de Primavera, allá en las montañas donde no se puede sentir la violencia de la ciudad, donde ya no huele a sangre, pese a que el aroma inunda la urbe hasta lugares donde uno ni se imagina.
En la entrada a la finca de su cliente se detuvo el taxi, Tatiana pagó y se bajó enseguida, luego presionó el botón de un intercomunicador que sobresalía de la reja que rodeaba el terreno con sus arbustos y esperó a que respondieran al otro lado.
-¿Si?- se escuchó a una voz amarga por el cigarrillo, de esas que se oyen y producen que la garganta pique.
-Soy Tatiana- respondió ella.
-Un momento- se escuchó un golpe al otro lado de la línea.
Pasaron un par de minutos hasta que se sintió que algo se movía atrás de la puerta, la madera dejó ver sus años en un profundo sonido, agudo, mientras se abría para dar pie al gran encuentro.
-Pasa- le dijo él.
-Gracias- respondió Tatiana.
La atracción de uno por el otro fue instantanea, él no se la imaginaba así.
Entraron a la casa.
-¿Quieres algo?- preguntó él.
-Un whiskey- dijo ella.
-No tengo licor, ¿Puede ser una gaseosa?
-Está bien.
-Ponte cómoda- sonrió el escritor y se fue a la cocina.
Cuando volvió con la gaseosa, Tatiana estaba mirando unas cerámicas que él guardaba sobre la chimenea.
-¿Cómo quieres empezar?- dijo Tatiana tratando de seducirlo.
-Por saber tu verdadero nombre- respondió el escritor.
-Eso es imposible, no lo digo a nadie que me contrate- contrapunteó Tatiana.
-¿Y si te digo que no quiero que trabajes, sino por el contrario sacarte de tu trabajo?- preguntó él.
A Tatiana le brillaron los ojos.
-Para demostrarte que mi propuesta es seria- agregó el escritor- voy a servirte la comida ¿Ya comiste?
Ella sonrió y dijo que no con la cabeza.
Luego de comer conversaron un rato.
-Realmente quiero sacarte de ese mundo, tu eres muy joven y yo estoy solo. Y desde que te vi sentí algo distinto. Por eso pague por una noche contigo, para que descanses, además te preparé una habitación para que duermas y te sientas cómoda- dijo el escritor.
A Tatiana el corazón le empezó a latir muy fuerte, tímidamente sonrió, nadie nunca había hecho algo por ella y este era el primer hombre que no quería meterla en la cama con solo verla, asi que aceptó la propuesta y fue a la habitación que el escritor le tenía lista. Allí durmió.
Al otro día, cuando el escritor despertó, bajó a la cocina para preparar el desayuno pero se encontró con todo servido sobre el comedor y una nota bajo el plato.
La nota decía: “Juan, muchas gracias, voy a mi casa por mis cosas y hoy mismo cambio mi mundo, usted me produjo algo que nunca había sentido.”
El escritor sonrió. Tatiana nunca volvió, él le escribió una novela entera que se vendió como pan caliente y aún sigue sentado frente a la chimenea, hasta con una botella de whiskey, esperando a que ella regrese.