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La primera vez que sentimos el salitre pegajoso sobre nuestras pieles, lo hicimos juntos. Llévabamos un par de años en proceso de construcción para un futuro lleno de armonía. En ese tiempo fuimos inspiración para canciones, refugio en lluvias torrenciales, alegría en días aciagos, la esperanza sincera. Pero ahí, juntos, con el mar en nuestra base, decidimos navegar creyéndonos sólidos, inseparables.
Cuando estás en un puerto que te gusta, crees que siempre será igual. Pero a veces, los puertos nos sueltan las amarras y nos envían al océano a librar las más grandes batallas.
La madera con la que nos construyeron fue la última producción que hubo de comino en estas playas. Madera dura, recia. Éramos buques de guerra y sabíamos que pese a lo que nos unía, en algún punto, la misma guerra nos iba a separar.
Cada clavo nos llenaba de firmeza, cada tela era una vela para movernos con mayor velocidad, llevábamos en cubierta a dos capitanes con la inteligencia suficiente para lograr todo lo que la tripulación se proponía.
La guerra explotó y la navegación placentera que habíamos tenido por primera vez, sintiendo el oleaje golpeándonos, se volvió en una sensación inhóspita para ambos. Juntos abandonamos el puerto, juntos íbamos a librar nuestras batallas.
Pero la mar es traicionera y la guerra aún más, por eso nos separamos y tuvimos que navegar en él, tratando de encontrarnos de vuelta, de volver al puerto en el que iniciamos todo. Y aunque el viento estuvo a nuestro favor y en el silencio de la noche fuimos varias veces presos del recuerdo. Entendimos que tal vez nunca más podríamos encontrar nuestras anclas en las mismas arenas.
Las guerras, el viento, las armas, el fuego, la lluvia, la sal, el óxido, la edad, el imperio, los tesoros, los piratas, la invasión, el amor, los dolores, los cambios de capitán, los aliados, los rivales, la humedad, el sabor, las lágrimas, el deseo, el sudor, el fragor, el oleaje, las tormentas, la limpieza, los sueños, la paz, los suspiros, la pasión, el éxtasis, la noche, el miedo, la traición.
Pasaron los años y, en algún punto, todo se calmó. Navegar volvió a ser plácido, menos eufórico. Y aunque en el medio hubo dolor, volver al puerto fue la mejor sensación que encontramos. Porque volver a puerto significa reencontrarse, volver a empezar, trazar nuevas misiones y nuevos mapas de mundos por conquistar.
Y sí. La guerra había pasado.
Nos reencontramos en el puerto en el que todo había iniciado, nos miramos y sonreímos. Nos sabíamos conocidos, pero distintos. Nos vimos las heridas de la guerra, las llagas del dolor. Encontramos en nuestras superficies cicatrices sin sanar, en nuestro interior algo no era igual a como se construyó.
Volvimos a navegar juntos, a sentir el salitre de una costa conocida. Nos acompañamos en las silenciosas noches, nos alejamos en los días soleados. Nos abrazamos en un puerto conocido, fuimos calma, fuimos fuego, fuimos guerra, fuimos paz.