Las estrellas

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Sus padres acostumbraban pasar los fines de semana en una finca a las afueras de la ciudad, un lugar frío, con campos verdes y una laguna. Cuando Santiago nació, siguieron yendo a la misma finca, pero con algunos intervalos de tiempo más largo, ya que el pequeño tenía ciertos problemas respiratorios, que con el frío se le activaban y potenciaban aún más.

Tenía cuatro años cuando luego de saber cómo controlarle el asma, los padres de Santiago, decidieron que era justo pasar una noche con el niño en la finca de tierra fría, pero esta vez con una particularidad: verían las estrellas acostados en ese campo verde, escuchando los ruidos de las ranas en la laguna.

Esa noche, acostado en el pasto con sus padres, escuchando el ruido de las ranas, mirando al cielo, viéndolo lleno de estrellas, escuchando la voz de su madre mientras le explicaba los nombres de cada una de las constelaciones, viendo pasar una estrella fugaz, sintiendo cómo silbaba su pecho, cómo se hinchaba y cómo le faltaba el aire, se enamoró.

De ahí en adelante cada que miró al cielo se enamoró más, suspiró, sintió las estrellas tan suyas, tan perfectas, tan sinceras, que aprendió a disfrutarlas. Esa fue la primera vez que las estrellas lo enamoraron.

La segunda vez que las estrellas se acercaron a Santiago fueron la muestra más grande de que eran perfectas. Caminaban pegadas a la piel blanca de esa mujer de cabello negro y ojos verdes que lo miró a los ojos y le sonrió. Él se acercó, la miró de arriba abajo, le habló. Ella volvió a sonreír.

Ya Santiago tenía veinte años, las estrellas le habían enseñado todo lo que sabía del amor, de las tristezas, de las noches. Así que todo ese aprendizaje decidió aplicarlo en ella, la mujer de ojos verdes, que respondía al nombre de Catalina, que disfrutaba las estrellas tanto como el capuccino que se tomaba todos los días a las cinco de la tarde; por lo que decidió invitarla a la finca donde el frío le oprimía los pulmones desde pequeño..

Cuando estuvieron allí, tumbados sobre las estrellas, los suspiros se escuchaban aún más que el ruido de las ranas en el lago, las estrellas brillaban en el cielo y en la piel de ella, las de ella eran unas pecas cada vez más sensuales, que él esa noche se encargaba de delinear y utilizar para explicar una a una las constelaciones que había en el cielo, que él besó durante toda la noche, qué él unió formando sus propias constelaciones, su propia vida, su vida junto a las estrellas, las del cielo, las de la piel de Catalina.

Santiago esa noche se dio cuenta que las dos veces que había visto la perfección de las estrellas, se había enamorado, por eso decidió unirlas y disfrutarlas ambas, cada noche y cada día de su vida.