Después de que la innovación consumió cada uno de los rincones de la ciudad, los edificios empezaron a reemplazar las casas, el hacinamiento entre cyborgs, robots y seres humanos era cada vez mayor y las laderas se fueron llenando cada vez de más y más cemento, lo que llevó a que los cultivos que se hacían en los corregimientos se fueran perdiendo y la fertilidad de la tierra dejara de ser lo que fue en el pasado.
Fue así, como con la fertilidad y los cultivos se perdieron también las tradiciones de la ciudad de Medellín, que alguna vez tuvo el diploma de ser la más innovadora y por esa innovación se dejó consumir por el silicio y todos sus derivados. Llenándose de Cyborgs al servicio de unos seres que dejaron su humanidad reservada a rellenar charcos de sangre que se desparramaban por las lomas por las que antes corrían niños y desfilaban silleteros.
El Alcalde, un cyborg más, que repetía cada palabra que le dictaban, un día, para hacerse más popular, decidió retomar la feria de las flores. Una tradición que se perdió hacía 50 años y hoy, en el 2120, debía volver a ver la luz.
Volvieron a la ciudad las festividades, pero nadie sabía cómo eran. Sobre todo porque los libros quedaron reservados para los museos y las bibliotecas, grandes bibliotecas que surcaban cada esquina de la ciudad, se fueron deteriorando por la lluvia ácida y el olvido. Ya nadie las visitaba, ya nadie tomaba sus libros, porque alegaban que los guardaban todos en sus aparatos de comunicación, o incluso en chips que se insertaban en el cerebro y les impedían disfrutar el momento de imaginar que daba una lectura del pasado.
Uno de los ancianos de la ciudad, que contaba con cuarenta años, contó lo que, a su vez, a él le habían contado sus abuelos. Y a raíz de ese recuerdo, empezaron a construir una feria de las flores.
Lo primero que tuvo que hacer fue explicarles qué era una flor. Desde la belleza y la variedad de especies y colores que existían. Pero como la ciudad ya no tenía ni una pizca de verde y era solo un mar de adoquín, el Alcalde dio la orden de sembrarlas en las calles, pero nada dió ni siquiera un pistilo.
En ese momento el anciano recordó que en su época existían unas flores hechas de tela. Fue así como entre toda la ciudad se reunieron para aprender a tejerlas, coserlas y fabricar millones de todos los colores.
Luego de que estuvieron cosidas las flores. El anciano les habló de algo que llamaban silletas, unos bonitos carros armados con esas flores, que reflejaban tradiciones de la ciudad. Aunque como la ciudad estaba tan sumida en una nube de innovación y mentiras, esas silletas fueron construídas y patrocinadas por marcas, que decidieron hacerlas con sus logos, sus valores empresariales.
La gran pregunta de la ciudad fue alrededor de quiénes cargaban las silletas. El hombre les dijo que generalmente eran las mismas personas que las construían y ahí la indiferencia y el poco sentido de pertenencia que tenía la ciudad jugó un papel importante. Nadie quiso cargarlas, sobre todo porque las que ahora se erigían eran gigantes que debían ser cargados por cuatro o cinco personas. La decisión fue clara: que lo hagan los cyborgs. Para eso estaban.
Estos cyborgs, que tenían el aspecto de un ser humano, pero que eran todas unas obras de ingeniería robótica, tenían la fuerza de cinco hombres. Así que ellos se batirían y desfilarían las silletas de sus dueños.
Pero no solo eso. Apenas llevaban un día de la feria y según contaba uno de esos libros de historia, llegó a ser de quince.
El Anciano que recordaba poco de una fiesta que le contaron, vagó entre sus recuerdos y encontró que había un desfile a caballo, una raza extinta y que había sido reemplazada por unos gigantes robóticos que corrían a más de cien kilómetros por hora.
Les contó que solo algunas personas podían montar en ellos, porque no todos tenían cómo pagar o cuidar un caballo. Así que el resto de la ciudad salía a aplaudirlos a lado y lado de la calle.
El desfile se haría con poco menos de cien de esos nuevos armatostes de latas, aceite, engranajes y pistones. Porque nadie en la ciudad podía darse el lujo de comprar uno de ellos. Así que esta vez sería la ciudad volcada a las calles para ver unos robots que les servían a los policías para mantener el control de la ciudad.
Finalmente, alguien del gobierno preguntó al anciano por el desfile de autos clásicos y antiguos.
El hombre recordó y pensó en los carros que su abuelo le contó que andaban por el suelo y no por el aire como lo hacían ahora. Y contó que los autos antiguos eran modelos increíbles, que funcionaban con gasolina y no con desechos, que soltaban mucho humo y que fueron los que llenaron el cielo de nubes ácidas que cuando llovían, dolía.
El Alcalde quiso crear cada uno de esos autos, algunos estaban olvidados y oxidados en los sótanos de la ciudad así que buscó recuperarlos. Y para su desfile, contrataron unos camiones voladores que los pasearan por todo el cielo de la ciudad.
Además, pidió que sacaran el Metro, los tranvías y hasta los cables aéreos del museo para que todo el mundo los admirara.
Fue así como recrearon los eventos del pasado más trascendentales en la Feria de las Flores para crear una versión en el futuro, una versión un poco deslucida y artificial, que fue amenizada con música puesta por computadores, proyectada en las pantallas que tenían los edificios o que fueron adecuadas para la festividad. Todos anhelando un poco de verde, todos anhelando un poco de eso que se vivió en el pasado.