La ciencia del encuentro

pareja en el bosque

 

Foto: Google.

Los unía el frío, la distancia, las letras, la música. Los unían las diferencias y las tristezas, los recuerdos y los olvidos, los trenes, los momentos.

Se encontraron en lo más alto de la montaña, hablaron de pedagogía, de ciencias, de bichos. Se miraron a los ojos, se perdieron. Desnudaron sus gargantas y sus cuerpos, se hicieron arroz en la piel con el viento, se unieron en silencio. Se abrazaron.

La virtualidad los llevó a la realidad, la realidad a sumergirse. Él la recorrió con la lengua desde la punta de la oreja hasta el final del cuello. Ella se estremeció, se erizó, sintió fuego; sonrió, se hizo río entre las piernas, quiso besarlo, él no dejó.

Ni un beso le había dado y ya sabía que era suya. La deletreó durante unas horas más. La vegetación los rodeaba, los cubría, los enfriaba. Ella jadeaba con cada suspiro que él le contaba, él sonreía de verla sedienta de pasión.

Ella tenía el cabello corto y rojo, la piel muy blanca y la estatura baja. Él tenía el cabello largo y negro, la estatura alta contrastaba con ella y la podría cubrir en los peores momentos.

Ella era pecosa y él, fanático de unir puntos, esa vez le unió con la lengua cada una de esas manchas que parecían de chocolate, la saboreó, la hizo estremecerse, la hizo aguarse y morderse los labios.

Lo deseaba con el alma, el corazón, deseaba su intelecto, su sexo, sus suspiros, sus jadeos, sus cuerpos enredados, siendo uno, siendo ciencia, siendo bichos, siendo adiós.

Llevaban dos horas desnudos, pero se deseaban desde hacía meses. Cuando llegó el momento, se besaron, se recorrieron los lados más oscuros, se suspiraron, se gimieron, se tocaron.

Ella le recorrió el cuerpo con sus labios y lo vio doblar la espalda cuando su saliva fue capaz de mojar su lado más sensible. Fue tan dedicada que en poco tiempo lo sintió jadear y agarrarle la cabeza con fuerza. Le dedicó el suspiro, el primer orgasmo, la sonrisa.

Él introdujo sus dedos en el lugar más oscuro de ella, lamió con fuerza sus cimas, la sintió arquearse, le aceleró el pulso, la vio cerrar los ojos, perderse, suspirar, sonrojarse, acurrucarse, amarlo, soñar.

Cuando los cuerpos se unieron, se sintieron, se mojaron, sus suspiros ya eran varios, sus gemidos inundaban el aire, el aire se les cortaba, respiraban al mismo tiempo. Se movían rapidamente, agresivamente. Ella decía haberlo deseado hacía meses, él decía no querer hacerlo de nuevo.

Llegaron al tiempo, la montaña empezó a oscurecerse, sus ojos a ver la luz; la sangre los recorrió rapidamente, la vida les pasó en un segundo, se miraron a los ojos, él encima de ella, ella encima de él, iban y venían del cielo al suelo en sólo segundos. Fueron sudor, amor, pasión, odio y olvido; fueron recuerdo, susurro, beso, fueron suspiro.

Con la noche llegó el cansancio, con el cansancio el sueño, durmieron acurrucados después de hablar de pedagogía, ciencia y bichos, entrelazados, sintiéndose el aliento, queriendo olvidar fugazmente el momento, queriendo atesorarlo para siempre.