a Juana en algún lugar de Chile.
Foto: Tolla Staley Season.
La última vez que vi a Juana estaba igual de sonriente, con su lunar bajo los labios, con sus ojos café, con su cabello rojo no tan rojo; olía a ese maquillaje que me hace estornudar, sonreía como siempre. La última vez que vi a Juana compartimos la lluvia, las frases, las palabras. Compartimos las páginas de una revista de culto cargadas de dibujos y letras, compartimos pensamientos, compartimos silencio.
Juana es sonriente, de rostro ancho, le gustan las faldas. Juana tiene un tatuaje en el pecho, uno en la espalda, uno en la pierna y uno más profundo, en su corazón. Le patinan de vez en cuando las R, puede ser silenciosamente histérica, histórica, también bullosa, soportable.
La última vez que vi a Juana me quedó el aliento con olor a choripan y aún así conversamos frente a frente, se acostó en mis piernas y durmió, meditó. Intercambiamos obsequios, se fue lejos.
Una pajuela, dos libros, una billetera, un miedo y un adiós. Intercambiamos todo y nada se nos quedó, todo entre los dedos se nos esfumó. Intercambiamos aliento, aire. Sus brazos se fundieron en los míos en un gancho interminable que nos llevó a caminar un parque, dos o tres. Siempre quisimos beber café juntos, no bebimos nada. Ella un té, yo una gaseosa.
Juana dice que somos diferentes y eso la hace disfrutar cada momento conmigo. No le gustan mis manillas en los pies, ni la gente que conozco, no le gustan las manos que estrecho, los abrazos que doy, ni los saludos que brindo, ni las sonrisas que esbozo, dice que eso me hace diferente a ella, dice que no lo puede soportar, pero no es capaz de dejarme sentado en donde nos podamos encontrar.
La última vez que estuve con Juana estaba tan segura, tan triste, tan suave, tan llena, que no la quise sacar de su lugar y aún así, todo eso que tenía, se fue. La última vez que la vi, fue la última vez en meses. La única de este año.
Juana partía para otra parte del mundo, allá tirando al sur, a la tierra de Neruda y Nano Stern, esa tierra que algún día quisiera conocer. Esa tierra que hoy le moja la piel. No la volví a ver.
Esa noche, la lluvia, las páginas, el aliento, el lunar, los ojos, los dibujos, los regalos, fueron los últimos, porque a Juana no le gustan las despedidas y por ese motivo fui capaz de desaparecer de su vida. Al menos, al menos hasta el día que pueda volver a esta ciudad donde sus labios se cubren de R arrastradas y musicalizan mis oídos. Al menos hasta el día en que sus brazos me colmen y me lleven a su cuerpo, al menos al día en que la vuelva a ver sonreír.