La primera vez que se sintió desprotegido, fue cuando el viento empezó a tocar cada poro de su cuerpo, que lentamente se iba desnudando, solo, sin ayuda de nadie, ya mamá no estaba ahí para ayudarle, tenía tres años y según todos en casa, tenía que hacerlo sin ayuda porque estaba muy grande. Ese mismo día, también había sentido la infidelidad cuando vio a mamá desnudar a papá en el cuarto y finalmente postrarse sobre él. Supo que nadie, nadie le guardaría lealtad nunca.
Hoy ha vuelto a sentir la desprotección, ha vuelto a sentir la infidelidad. Tiene treinta y siete años y desde hace unos meses, ha tenido que empezar a desnudarse solo. Su esposa, esa que descansa a su lado cada noche, que duerme en diagonal en la cama y sólo le deja un rincón para que él se acurruque y procure conciliar el sueño, ya no lo desnuda como antes, ya no lo mira como antes, es más, ya no lo besa como antes.
Dejó de desnudarlo y él recordó a mamá, a su familia, recordó que ya estaba grande y no tenía por qué hacer pataleta. Pero también recordó la cantidad de preguntas que le llegaron cuando vio a mamá desnudar a papá.
Su esposa, la mujer que lo acompañaba, era alguien al otro lado de un muro, un muro que tal vez se llame Simón o Javier o Andrés, un muro que tal vez sea invisible, pero que le está quitando el placer de ser desnudado.
Desprotección, inseguridad, vejez. Ha sentido como las carnes le cuelgan flácidas, como los tatuajes hoy son simplemente marcas que se van con la piel en descenso, que se parten, que dejaron de ser bellos y cada vez, anhelan una juventud cada vez más lejana. Tal vez sea eso lo que la alejó a ella.
Conoció la infidelidad cuando mamá desnudó a papá y se postró sobre él, hambrienta, placentera, fugaz. Y esta vez, también sintió la infidelidad.
Era una tarde de esas naranja que se descuelgan desde el cielo, había decidido llegar temprano a casa para darle una sorpresa a su esposa y la sorpresa se la llevó él.
En el portón de su hogar, descansaban tres autos, todos negros, dos automóviles y una van para transportar a muchas personas, se sorprendió. Entró en silencio a casa, sin hacer ruido, la iba a encontrar en una de esas orgías que había visto en internet, así fue.
Ella estaba en la sala, rodeada de una gran cantidad de mujeres con hábitos negros. No había desnudez, todas estaban muy cubiertas, acariciaban lentamente un crucifijo y mencionaban palabras en un idioma inteligible para él. Ella se sorprendió.
-¿Qué haces acá?- le preguntó.
-Nada, quería darte una sorpresa- respondió él.
-Vaya que sí lo es- dijo ella.
-¿Qué es esto?- preguntó él.
-Nada, sólo un grupo de oración, donde nos reunimos a hablar del amor de dios- respondió ella.
Él calló, entendió que el muro no sólo tenía nombre, sino que también era invisible. Siguió su camino hasta el cuarto, empacó las maletas, se marchó.