A Cata…
Cuando Andrea llegó a ese apartamento, recordó la frase que le habían dicho por teléfono.
“Subes tres pisos y luego doblas a la izquierda, en el apartamento del fondo, te va a abrir una mujer de unos treinta años llamada Carla, quien es hermana mía”.
Tocó la puerta y esperó a que ésta se abriera. Carla, sorprendida por la figura de la enfermera, la miró, su cuerpo esbelto, cabello rubio, labios rojos, minifalda, tal vez sacada de una película, la invitó a seguir y le dio todas las indicaciones sobre su padre, quien había sufrido un derrame y había perdido la movilidad de su lado izquierdo.
Mientras caminaban por la casa, Carla le iba mostrando uno a uno los lugares, además de darle los horarios para las pastillas de su padre y la dieta que éste debía seguir.
-Si ves algún indicio de mejoría, me llamas a mi o a mi hermana.- le recalcaba a cada instante.
Andrea afirmó, mientras dejaba a Carla en la puerta, quien iba retrasada para el trabajo.
Fidel, como se llamaba el padre de Carla, estaba postrado en su cama, cuando Andrea se paró en la puerta para mirarlo más detalladamente, él la miró fijamente a los ojos azules que alumbraban en su cara y sonrió, tal vez con picardía, tal vez con ese deseo cumplido de algún día tener una enfermera que pareciera las que había visto en revistas y películas extranjeras, esas sexys enfermeras que despiertan en muchos hombres esa hambre de mujer perfecta que muchas veces quieren.
Ella sonriente, lo saludó con una leve venia de su cabeza, él con un gesto le dijo que se acercara, ella accedió y él con su cabeza le señaló el libro que había sobre la mesa de noche, ella lo tomó, quitó el separador, se sentó al lado izquierdo de la cama y empezó a leerle.
Don Fidel escuchaba esa melodiosa voz que cada vez más lo iba metiendo en la historia, tal vez valió la pena la espera para una nueva enfermera; Andrea seguía leyendo. La imaginación de Don Fidel era demasiado grande y se había imaginado las cosas más sexuales con ella, pero viéndose en la condición que estaba le parecía imposible.
Andrea sonreía mientras leía, se paró, fue por una pastilla, la puso en la lengua de Fidel y le dio varios tragos de agua para que éste bebiera y se tragara la gragea, volvió a sentarse y siguió leyendo, la cabeza del anciano seguía maquinando cosas, entre otras imaginaba si bajo la falda de ella habitaba la tanga roja que siempre en los disfraces de halloween habían puesto y de repente empezó a mover su brazo izquierdo.
Ella, asustada por el movimiento del brazo, pensó que era tal vez normal, pues era un poco torpe y tosco, siguió leyendo tranquilamente, Don Fidel sonreía, empezó a subir por la pierna con su mano izquierda mientras miraba de reojo el recorrido de la misma, Andrea se preocupó por el movimiento y quiso llamar a Carla, pero desistió cuando vio que el anciano volvía a quedarse quieto.
La mano de Fidel volvió a empezar la marcha, empezó a excavar bajo la falda hasta encontrarse en la entrepierna de ella, de reojo miró lo que cubría su sexo y vio ese leve destello rojo pasión que alegraba el panorama, lo hizo a un lado y empezó a mover lentamente los dedos, con la velocidad que éstos recientemente recuperados le permitían, Andrea no dijo nada, simplemente disfrutó.
ojhhhh…parce…que erotismo tan bien planteado…además ese toque poco común en este tipo de escritura…yo también me he soñado con una enfermera así…y me pregunto: ¿Qué hombre no?…un abrazo…
Pero este don Fidel!!!!(alguna connotación política?,jaja!)muy bueno,Juanse,relato cargado de erotismo!un beso*
¿…Es un milagro obrado por la enfermera? En cualquier caso, me alegro mucho de la mejora de don Fidel!!!Un abrazo!!
Excelente, no pude para hasta saber que ya había terminado, Súper, felicitaciones!