Desde que desperté y vi en el espejo mi reflejo, supe que era el día perfecto. Miraba fijamente a mis ojos; cuando amanecían con ese brillo y un poco de verde adornando su color, me daban ganas de hacerlo.
En el día me encargué de hacer todo lo que tenía planeado, unos trabajos, un poco de juego, tres coca colas y unas papás con sal, el cuerpo ansioso y la sonrisa en mi cara, los audífonos en los oídos, unos gritos de HardCore que me incitaban a bailar y el público mirándome, tanto la sonrisa, como la postura, como mi cambio de actitud con cada una de las canciones que sonaban.
Un parque me sirvió para organizarlo todo, habría fresas, chocolate, algo de crema, unas varas de sándalo para quemar, la cama, mi apartamento solo, algo de División Minúscula sonando en el equipo y una noche estrellada, con luna creciente que haría mucho más agradable la cosa.
Tomé el celular y la llamé, sabía que podía contar con ella siempre, ella me lo había dicho, “Ahí estaré siempre para vos, no es sino que llames”.
Aceptó mi invitación, la iba a recoger a eso de las nueve de la noche en el parque donde solía sentarse. Un paquete de crispetas* y así esperé a que cayera la noche.
Fui a casa, organicé todo, la empleada había estado más temprano poniendo todo en su lugar y a mi no me tocaba sino que poner lo que necesitaba en la noche de una manera que se viera armonioso con el momento.
La recogí a la hora pactada, ella sabía que yo era muy puntual y me ofuscaba de más la impuntualidad.
Llegamos a mi casa, le dije que se pusiera cómoda, prendí una vara de sándalo para que aromatizara la habitación.
Ella se desnudó, yo también.
-¿Qué me vas a hacer?- preguntó.
-¡Nada!- respondí.
-Bueno, entonces sorpréndeme.
-Cierra los ojos.
Le saqué los cordones a unos tennis y ella me pidió que no la amarrara, no lo hice, me puse sobre ella.
Empecé a penetrarla, primero suave y luego más fuerte y más fuerte, desde la primera vez que estuve adentro y su piel se rasgó, sentí la sensación de satisfacción. Su cuerpo se puso tenso y luego descansó en mis brazos, cerré sus ojos, descargué el cuchillo, ya había obtenido lo que quería.
Prendí la otra vara de sándalo para que disipara el olor a sangre, me senté a comerme las fresas después de sumergirlas en el chocolate.
*Crispetas: Palomitas de maíz.
genial!lo q hace la mente del ser humano al principio me la aleje mucho de la idea de q quizas eso fuera un cuchillo
Ayyyyyyyyyyyyyyyyy Juanseeeeeeeeeee!!!!!!!!!Estem….qué suerte que vivimos lejos…qué suerte que te supero en edad…(jajaja!)Changos! Está buenísimo!!!!!!!!Mil besos!
Otra vez lo mismo????
Y aun así el día se prende de lujurias y sangre por profesar. La satisfacción de crear la marca, y más la mancha de un gusto; para crear el día perfecto, con armonías, y una muerte que satisface el orgasmo más profundo de todos…Será éste el asesino más sublime de la historia.
me pasó lo mismo que a amarilla… jeje. Voy a empezar a temer a los hombres en parques.Muy bueno!!Abrazo hermanito!
Hay amores que matan….pero este parecía tan placentero, se estaba tan bien en tus brazos…bueno siempre existe la opción de cambiar el final, jaja. Me encantó el relato y me impacto el final.Un gran beso Juanse.
jajaja! me encanta el cinismo con que se sienta a comer fresas con crema…psicopata!esta genial, me hiciste pensar otra cosa, y el sandalo para el olor a sangre jaja…es bueno saberlo…saludos Juanse!
Lo amé…¿A qué sabrán las fresas bañadas en sangre?