Cantaba mirando el horizonte, con la noche sobre ella, con el mundo pasándole en frente.
Yo la retrataba y ella ni lo notaba.
El frío nos comió los huesos. Nos fundimos en un abrazo para llenarnos de calor.
-¿Estás bien?- me preguntó
-Lo estoy ¿Tú?- le repunté yo.
-Sí.
Caminamos sin rumbo, sin fin. Deshicimos las calles en nuestros pies. Ella seguía cantando.
-Puedo escucharte el resto de la vida- le dije.
Sonrió.
Nos encontramos, sin coordenadas, sin saber por qué. La vida nos tenía ahí, frente a frente, sin hacer nada, ella cantando, yo inmortalizándola en mis letras, imaginándola libre, sonriente, feliz.
No sé dónde encontrarla de nuevo. Aún espero volver a mirarla a los ojos, perderme en su sonrisa, sentir su voz para mi tranquilidad.