Ascenso

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González ya llevaba dos años trabajando en esa oficina, se había quedado ahí luego de hacer la práctica universitaria de su carrera como contador. Su sueño, algún día reemplazar a su jefe, la contadora Emperatriz Gómez, mujer con diez años de experiencia en la labor y en la compañía.

Pese a sus ya dos años sentado en el cubículo como asistente de Emperatriz, a González lo seguían llamando “Practicante”, igual, era el más joven de todo el equipo y traía locas a todas las mujeres que trabajaban con él.

Cada mañana llegaba radiante, con su cabello negro arreglado y muy bien peinado hacia arriba con cera, sus ojos azules y su piel blanca, con un perfume de un olor ácido que hacía que todas desearan ser saludadas de beso en la mejilla, pero ese privilegio solo lo tenía su jefe, quien cada que sentía los labios de su subalterno rozándole la mejilla, se sumergía en su olor, tal y como todas querían hacerlo.

Emperatriz no había cumplido los treinta años, al igual que González había hecho la práctica en esa compañía, la única diferencia entre ambos era que ella fue la primera en ocupar el cargo en la empresa, ya que cuando era estudiante, allí no contaban con alguien para que se desempeñara en esa labor. Igual, contaba con una belleza de esas que uno no se imagina encontrar, un cuerpo cuidado con constancia de ejercicio, una cabellera oscura, una piel trigueña y un par de ojos verdes que daban un aire y una tranquilidad a cualquiera que los mirara.

Fue luego de esa mañana, de ese beso, en el que Emperatriz se sumergió en el cuello de González, que él entendió cuánto atraía a su jefe. Luego del beso vino un roce con los dedos de la mano y un movimiento de cadera por parte de ella, que a él lo dejó sin aliento.

González se sentó en su puesto de trabajo y durante el resto de la mañana recibió las embestidas de seducción que le ofrecía su jefe. Cada que llegaba una nueva, una nota, una llamada nada más que a preguntarle cómo estaba, aparte de “lindo” y la gaseosa y el café que más le gustaban sin tener que pararse del puesto, él solo optaba por sonreír.

A la hora del almuerzo, Emperatriz se le acercó.

-¿Dónde vas a almorzar?- le preguntó

-Acá, en el restaurante, donde siempre caliento lo que cociné la noche anterior.

-¡Qué va! Ven te invito a comer.

Él, que ya se había acostumbrado a ese trato por ese día, se dejó llevar, de pronto lo iban a ascender.

Almorzaron juntos, Emperatriz al salir del restaurante miró el reloj, aún quedaba hora y media antes de que volvieran a retomar labores, así que tomó a González de la mano y lo fue dirigiendo a su oficina, aprovechando que la empresa estaba casi vacía.

Poco a poco le fue arrancando la camisa al chico, quien sacó de su bolsillo una cámara, ella tranquila la acomodó, era una de sus fantasías también. Luego fue recorriéndolo con los labios, desde el cuello, bajando por el pecho y terminando en su ombligo. Él se estremecía y sus poros erizados lo evidenciaban.

Emperatriz poco a poco le fue desabrochando el pantalón, mientras él ofrecía un poco de resistencia, ella le fue bajando poco a poco el broche y cuando menos pensó lo tenía desnudo ahí, tímido, sonrojado y estremecido. Lo lamió hasta saciar su sed de él. Luego ella misma se desnudó, estaba demasiado excitada, González aun tenía ese miedo a ser descubierto y se volvió a negar. Ella lo tomó a la fuerza y lo hizo que la penetrara, primero muy lentamente y luego fue subiendo el ritmo.

Ahí de pie, apoyados contra el escritorio de comino bien lustrado y tallado a mano, acabaron, él sobre ella y ella tranquila, había cumplido su cometido. Tener al que todas en la oficina deseaban.

González también obtuvo su ascenso; el video de lo que había hecho con Emperatriz, lo usó contra su antigua jefe como prueba de acoso laboral y consiguió quedarse con el puesto de ella.

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