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Después de muchos años encerrada decidió salir de casa. Tal como se lo habían recetado todos los doctores que la habían tratado, el miedo que más tenía que vencer era el de desandar sus pasos.
Sus doctores iban de Nietzche a Saramago, sus pasos eran un pasado que ahora habitaba la ciudad que hoy era su hogar, sus pasos eran un amor, un silencio, un olvido. Sus pasos, varias veces se encontraron de frente a ella y le dijeron hola, soy feliz.
Fue tal vez ese hola, soy feliz, lo que la empujó a no volver a salir. A temerle a caminar por ese barrio de aceras adoquinadas y calles infestadas de carros. Tal vez el temor a volverlo a encontrar, feliz, de la mano de su presente y su futuro, tal vez el temor de que lo que le producía verlo sonriente, besando otros labios, podrían hacerle daño.
Se encerró.
Se encerró en sus libros, en sus letras, en sus suspiros, en sus sueños, se encerró a llorar, a temer, a mirarlo pasar por la ventana, con su carita de yo no fui, su sonrisa, su felicidad. Como marcando territorio, como diciéndole que ahí estaba, como tratando de darle esos aires de superioridad que siempre mostró cuando estuvieron juntos; pasaba y miraba hacia la ventana, sabía que ahí estaba, escondida, perdida. Y a eso sí que le temía ella, a su mirada, esa que antes la había enamorado y ahora la golpeaba.
Pero fueron los libros y sus letras, sobre todo el resultado de una mezcla de ambos lo que la sacó de allí y le dijo que volviera a la calle, que tenía que enfrentarlo, mirarlo a los ojos y decirle que estaba todo bien, que ya no la afectaba, que iba a seguir con su vida.
Buscó en internet la cartelera del cine y escogió la película de robots que había visto en la televisión. Era el momento indicado para salir y dar el paso.
Se puso una bufanda, afuera enfriaba. Luego un abrigo. Sus ojos brillaban, sus ojos brillaron. Abrió la puerta temblando, miró al frente, sintió cómo las pupilas se le dilataron al entrar en contacto directo con el sol.
Se encegueció por un momento.
Caminó dos pasos sin miedo, cruzó el umbral del jardín, cerró la reja como por inercia. Sus ojos se acostumbraron a la luz, dejó de mirar el piso.
Como había prometido, levantó la cabeza y no la agachó, empezó a correr, cada vez más rápido, como nunca había corrido, procurando no encontrárselo con su sonrisa y su presente de la mano. Corrió a toda prisa, sin pausa. Sentía sus músculos, su respiración, sentía el corazón acelerado.
Llegó al centro comercial.
Suspiró, aspiró, entró. Subió por las escaleras buscando el cinema. No conocía nada, no reconocía nada.
Dio vueltas en círculos, subiendo piso por piso, haciendo uso de la lógica de que el cinema siempre está en el último piso del centro comercial. Lo encontró con sus carteleras pegadas, su olor a crispetas, el ruido de los dispensadores de gaseosas, los niños queriendo ver la película de Disney.
Pidió una boleta. Era la primera vez que iba a cine sola, era la primera vez que iba a cine en esa ciudad desconocida que habitaba hacía meses.
Sonrió. Lo había logrado.
Sala dos, silla K9. Al lado del pasillo para no lidiar con gente desconocida a cada lado.
Compró crispetas dulces, un jugo porque la dieta no la dejaba tomar gaseosa. Entró.
La sala estaba a oscuras, no se veía nada, sentía mariposas en el estómago, como si estuviera en la primera cita, como si tuviera a su lado al hombre de sus sueños, como si hubiera esperado ese momento durante toda su vida.
Ya empezaban los cortos, cuando alguien llegó por su izquierda, una sombra. Una sombra que se hizo luz con el reflejo de la pantalla, una sombra acompañada, una sombra conocida. Era él, con su presente y su futuro y su sonrisa y sus pasos y sus ojos. Le pidió permiso. Ella recogió sus pies, lo dejó pasar, aunque sentía que en la barriga algo iba a explotarle, porque las mariposas no eran las que estaban revoloteando tan fuerte en su interior.
Sintió arcadas, se quedó sentada. Estaba compartiendo la misma fila del cinema con el hombre al que le había hecho las irrompibles promesas que se hacen en el primer amor y las estaba rompiendo todas, las estaba pisoteando y estaba feliz por eso.
Él, su pasado, no aguantó al verla feliz, tomó a su presente y futuro de la mano, salió corriendo del cinema sin que se hubieran acabado los cortos.