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Esas letras habían sido disparos al aire salidos del arco de Cupido que luego de estar durante casi diez años rondando en el aire, habían hecho blanco en el pecho de ella, que apenas leyó las primeras se sintió atada a mí sin oponer resistencia.
Nuestra primera cita fue sencilla, la invité a mi casa en las afueras de Primavera a donde llegó en su cabello rubio, rizado, su sonrisa grande y muy blanca y sus labios gruesos, llevaba una camisa de color claro y un jean que resaltaba sus caderas y que finalizaba en una estrechez que dejaba al descubierto sus pies envueltos en unas baletas del mismo color de su camisa.
Como la comida esa noche corría por mi cuenta, ella se encargó de llegar con las sonrisas y armonizar el ambiente. Conversamos, comimos, nos reímos y al final, mientras yo lavaba los platos, ella descubrió mi piano; se sentó en él y esperó a que yo volviera, con las manos pasando una y otra vez sobre el pantalón para secarlas.
Sonrió nuevamente, el salón se iluminó y me pidió que tocara algo para ella. Empezamos por un calentamiento con un par de obras de Bastien, pero luego seguimos con “Für Elise” y “MoonLight” donde con sus ojos cerrados y el movimiento de su boca dejaba ver un poco del placer que le generaban ese par de melodías.
Esa noche terminó entre recorridos por el mar blanco y negro que yo tenía en mis manos y sonrisas de ella, que también se aventuró a unas pequeñas lecciones. Siempre había querido aprenderlo.
Nos seguimos viendo, cada vez con mayor frecuencia, a veces para comer algo, otras para unas lecciones, ya fueran de piano o del idioma italiano que ella dominaba y yo siempre había querido aprender.
Transcurrimos la vida sin nada, solo ella y yo, entre lecciones fuimos decidiendo qué sería del futuro, ella siendo mi mejor alumna, aprendió a escribir tanto, que su primera melodía era su anhelo de vivir conmigo, asi como mi primera carta en italiano fue una propuesta de eternidad para ella.
Ambos aceptamos.
Hoy cuando escribo esto, estoy en mi cama tratando de conciliar el sueño y evitando moverme al máximo. Ella duerme en mi pecho mientras yo sigo escribiendo las letras que cupido aun sigue poniendo en su pecho todos los días.
Mañana es un nuevo día, ella despertará con mis labios en los suyos, serán las cinco de la mañana y se despertará feliz para ir a trabajar, le prepararé el desayuno y la llevaré hasta la oficina, luego volveré a casa para atender a Jerónimo, nuestro pequeño hijo y finalmente volveré a seguir preparando flechas que la pongan más y más cerquita mío.