Foto: JuanSe
Desde su nacimiento había estado destinado a vivir entre el calor, las playas, el mar. La arena se le pegaba al cuerpo con el viento, el viento le movía el pelo que le crecía a diario.
Su cara redonda, a veces daba tonalidades verdes, otras amarillas, algunos afirmaban que moriría de enfermo, pero la verdad era su orígen lo que le dió ese color y lo empujó a luchar a diario por ser lo que siempre quiso.
Vivió colgado de una palmera durante toda su vida, jugaba a los pistoleros y no lo descolgaba nadie, en el estudio no le iba bien, su sueño siempre fue ser espía. ¿Por qué? no lo sabe. Pero logró llegar a serlo cuando maduró. Uno de los mejores espías ubicado en las costas.
Trabajó con el gobierno nacional y con algunas agencias internacionales, prestó el servicio durante un par de años, hasta que le llegó la misión que esta vez nos incumbe.
A su ciudad, tal vez Santa Marta, llegaba un temido terrorista y un prestigioso empresario. El primero iba a negociar el uranio que el segundo vendía, para así generar un nuevo impacto en armas para su organización. El segundo veía en el primero una hermosa oportunidad de ampliar su negocio.
La orden: Filtrarse en el parque turístico donde se reunirían y sacar la mayor información que se pudiera, es más, si era posible, lograr la captura del terrorista en sus tierras. Tarea fácil, había crecido en esas playas, es más, estaba ubicado en esa área y la conocía a la perfección.
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Cuando llegaron los dos invitados, sus dos objetivos; ya llevaba ubicado en el parque más de dos semanas conociendo el territorio donde se hospedarían, qué harían. Los identificó a ambos. Los vio desde la palmera donde había decidido establecer su centro de control. Pasaron uno tras otro, con un espacio de una hora. El calor era sofocante, el dispositivo de seguridad increíble. Tal parecía que la importancia de ambos había seducido a las empresas privadas nacionales que hoy les prestaban en igualdad de condiciones el servicio de escolta.
No desistió, al sol y al agua esperó tranquilo, sabía que la reunión se daría pronto.
La palmera que había escogido estaba estratégicamente ubicada en un cabo de la playa, de la cual vería dos sectores del mar privado del hotel donde se hospedarían los dos objetivos. Además, podía ver a la distancia el restaurante, entonces si tenía sitio alguna reunión entre los dos, podría fotografiarlos y llevarlos como evidencia.
Tres días pasaron desde la llegada de ambos al hotel y nuestro espía seguía ubicado en el mismo lugar, en la misma palmera, esperando en silencio, buscando la manera de poder moverse.
Esa tarde, luego del almuerzo, se sintió un movimiento extraño en el hotel. Al modo de ver del espía, era el día dado para el encuentro.
Los dos objetivos, salieron a eso de las dos de la tarde del hotel. El primero, el terrorista, llevaba una camisilla blanca, una pantaloneta roja, unas medias blancas hasta la espinilla y unas chanclas de cuero café. Las gafas café hacían juego con sus chanclas. El segundo, más gringo, más surfer, llevaba una camiseta blanca hasta los codos, con un letrero que hacía alarde de sus visitas a Hawaii, un pantalón blanco de tela cruda y unos zapatos negros.
El espía se puso sus lentes, sus audífonos y se dispuso a escuchar con un pequeño micrófono la conversación que se desarrollaría a pocos metros de donde estaba. Llamó a su central, la orden era tratar de capturar al terrorista, entonces esperarían a que él hiciera una señal y allí caería el terrorista en el acto.
Pero para sorpresa de todos, especialmente de nuestro espía, la conversación no se desarrolló lejos.
Los dos objetivos caminaron y se introdujeron en el mar, cada uno a lado y lado del espía en la palmera. Luego de unos cuantos minutos disfrutando del agua, se acercaron buscando la sombra que los alejara y refrescara del sol que en ese momento quemaba mucho. Se posaron bajo la palmera donde el espía había puesto su centro de mando.
El espía sacó su arma: una navaja suiza, su única dotación. Por el intercomunicador, que como todo espía siempre llevaba en su oído, le ordenaron que disparara, pero no podía hacerlo.
Los objetivos estrecharon las manos, empezaron a hablar de Uranio. El espía escuchaba a su jefe diciéndole que sacara sus dotes de francotirador, que acabara la reunión.
El espía, tan solemne, con su navaja en la mano y sin ningún arma de fuego en las manos, decidió cortarse de la palmera, dejarse caer. El viento se cortaba en su cara, la arena se le metía en los ojos, fue lento, suave, como en una película, pero era real. Gritó, nadie lo escuchó.
Con su cuerpo golpeó la cabeza del terrorista, que cayó inconsciente en el acto. La seguridad corrió a ver qué había pasado. El negociante de Uranio corrió a su habitación. El otro, el terrorista, no se despertó.
***
Al otro día, todos los diarios, la radio y la televisión, abrían sus ediciones con una noticia particular, un coco espía, mató a un terrorista, que pensaba traficar con Uranio.
A nuestro espía, el coco amigo, un barman del hotel, le dió su mayor condecoración, lo convirtió en coco loco, que alguna bronceada mujer, frente al mar, con el sol en el cuerpo, disfrutó.